Jean Baptiste Elizanburu
(1828-1891)
Natural de provincia de Lapurdi, en el País Vasco Norte, su vida estuvo unida a la armada. Hizo cuatro años de campaña en Africa, y fue ascendiendo grados en el escalafón militar. En 1861 fue designado al Primer Regimiento de la Guardia Imperial de Napoleon III. Al poco tiempo fue distinguido con la «Légion d'Honneur», participando en la campaña contra Alemania en 1870. Crítico con la política belicista del emperador, republicano convencido, se retiró al País Vasco, donde participó activamente en la vida política desde posiciones de izquierda mientras escribía sentidas y bucólicas canciones sobre aires populares, que tuvieron un éxito inmediato. Hoy sus versos siguen siendo cantados en todo el país. Se le considera autor de muchas composiciones anónimas, entre ellas la famosa Solferinoko Itsua, sobre el ciego de la batalla de Solferino.
SALUDO A MI ALDEA
Jean Baptiste Elizanburu , 1862
A lo lejos vislumbro, vislumbro la montaña,
tras ella está mi aldea;
Y oigo, ¡qué gran placer!
el dulce suspiro de la amada campana.
Campana, ¿qué es lo que me cuentas?
¿Cuál es la noticia que lanzas a la lejanía?
Las montañas te responden tras las nubes
haciendo llegar tu mensaje hasta el cielo.
El trabajador del campo, el pastor de la montaña,
la muchacha que va camino de la fuente,
Al oír, campana, tu clara voz
Elevan una oración a la Madre celestial.
También yo rezo a la Virgen María,
guía de los hombres perdidos en la montaña
Para que por favor me conceda la gracia
De hallar hoy a mi pueblo en paz
He dejado lejos atrás las montañas
Veo ya cerca mi aldea.
¿Qué te sucede, corazón, para que te agites así?
¿Vas a fallarme al llegar a la meta?
¡Salud, aldea mía! ¡Salud, rincón donde nací!
¡Salud, lugar amado de mi infancia!
Porque Dios oyó el grito de un niño
Llega a ti hoy a ti un hijo tuyo.
Sendero que alejándote de la ruta
desciendes rectamente por el flanco
monte abajo cual una cinta,
Llévame cuanto antes hasta los míos.
Roble a la vera del camino, ¡en mi infancia,
al volver a casa de la misa dominical,
cuántas veces me senté junto a mi madre
a la sombra de tus gruesas ramas!
Blanco espino del fondo de la huerta,
que sigues guardando el rincón de mi infancia,
¿por qué no puedo como tú, simple ramilla,
pasar mis días en la tierra que me vió nacer?
Mas una lágrima asoma a mis ojos.
Mi corazón desborda de alegría;
ya oigo la voz de los de casa.
¡Te doy las gracias, Dios mío!
De nuevo invade mi corazón la pena,
aquella que cada uno siente al alejarse de su país;
campana que diste mi primera hora,
ojalá seas tú la que dé la última.
Traducción: Koldo Izagirre
Versión original: AGUR HERRIARI
© Jean Baptiste Elizanburu
© Traducción: Koldo Izagirre